miércoles, 14 de enero de 2009

8 de Enero



No sé si todo está relacionado o no. Si todo tiene una razón, o no. Aunque ahora me inclino a pensar que sí.
No es mi mayor yo pero hubo un día que el temor a morir se me metió en la cabeza y, de vez en cuando, venía a darme guerra. Pero yo intentaba mirar para otro lado, siempre a otro lado.

Hasta el último día ha querido pensar en mí y enseñarme a vivir. Mi padre, digo. Aquel que ha puesto las  mejores fotos y bandas sonoras a mi vida. Aquel hombre de pocas palabras y consejos sabios que siempre, siempre, estaba ahí. Como ahora. 
Un día todo se dio la vuelta y nos dejó trastocado el corazón y descolocada la mente. Un día que nos llevó a caricias infinitas y palabras de tranquilidad. A besos en una frente, tan pronto caliente como fría y amenazante. A angustiosas esperas al borde de la cama. Miradas de esas que parecen preguntar si será hoy, sabiendo que cualquier momento será el último. 
Un día que nos llevó a una noche de esperas eternas junto al teléfono, haciendo increíble el hecho de pasar en silencio. 
Y llegó la mañana siguiente. Como las demás. Otra de besos y palabras. Otra vez lo cogí de la mano y le enseñé que estaba con él. Y de pronto llegó la calma. La paz. Su rostro cambió y nos llenó de fortaleza y serenidad. Solo le miramos y contuvimos la respiración un momento. Mi padre me enseñó a luchar hasta el final sin tener miedo. Me enseñó a ser valiente y no ceder.

No se si todo está relacionado o no. Pero ahora se que mi padre me estaba esperando. Que aguantó hasta tenerme con él y enseñarme que no he de temer. Así que esta vez, lejos de mirar para otro lado, he mirado a la muerte de cara y le he dado las gracias.